V. Santidad el encargo que me trajo a este remoto lugar, esta ya resuelto. Los indios están libres de nuevo para ser esclavizados por españoles y portugueses.
- Creo que no es el tono adecuado. Vuelve a empezar:
V. Santidad, os escribo en este año del Señor de 1758… desde el continente Sur de América, desde Asunción, provincia de la Plata a dos semanas de marcha de la Gran Misión de San Miguel. Las Misiones han amparado a los indios contra el peor pillaje de las colonias. Por ello se han ganado un gran resentimiento. Estos nobles indios gustan de la música. Muchos violines de la Academia de Roma… son obra de sus ágiles y habilidosas manos. Desde estas misiones los jesuitas llevaron la palabra de Dios… a los indios que aun viven en estado salvaje… recibiendo a cambio… el martirio. La muerte de este sacerdote seria el primer eslabón… de la cadena de la que hoy forma parte.
- Continúe:
Como sin duda sabe V. Santidad… pocas cosas suceden en este mundo como predecimos. ¿Como podían suponer los indios que la muerte de aquel sacerdote… traería a un hombre cuya vida se entrelaza inextricablemente con las suyas?
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- Veamos, matásteis a vuestro hermano. Fue un duelo, la ley no puede tocaros. ¿Es remordimiento?
- Váyase, padre.
- Quizá preferiríais que fuese vuestro verdugo, así sería más fácil.
- Déjeme solo, ya sabe lo que soy.
- Sí; sois un mercenario, un traficante de esclavos. Y matasteis a vuestro hermano. Lo sé. Aunque habéis elegido un modo, extraño de demostrarlo.
- ¿Se está riendo de mí? ¿Se ríe de mí?
- Me río de vos, porque lo que veo mueve a risa. Veo a un hombre que huye, a un hombre que se esconde del mundo, a un cobarde. Vamos; vamos. ¿Eso es todo? ¿Es así como pensáis seguir?
- No hay nada más.
- Hay vida.
- No hay vida.
- Hay una salida, Mendoza.
- Para mí no hay redención posible.
- Dios nos ha impuesto la carga de la libertad. Elegísteis vuestro delito. ¿Tenéis el valor para elegir la penitencia? ¿Osaréis hacerlo?
- No hay penitencia lo bastante dura para mí.
- Pero ¿osaréis intentarlo?
- ¿Si osaré? ¿Osará vuestra merced verme fracasar?
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- Gracias…
- Gracias, señor, por estos alimentos y los dones que de vos recibimos.
- Ah, buen señor.
- ¿Echasteis todos los chiles?
- Me temo que si. Me educaron para mercenario, no para cocinero.
- Es cierto. ¡Esta increíble!
- El pan esta bueno.
- No esta mal.
- Padre le agradezco que me haya acogido aquí.
- Agrádeselo a los guaraníes.
- ¿Como?
- Leed esto.
“Si tuviera toda la fe hasta trasladar montañas… mas no tuviera caridad, nada soy. Y si repartiese toda mi hacienda para dar de comer a los pobres… y si entregase mi cuerpo para ser quemado… mas no tuviese caridad, de nada me sirve. La caridad es sufrida, es benigna. La caridad no tiene celos. La caridad no se presencia, no se ufana. La caridad no se pavonea. Cuando yo era niño, hablaba como niño… pensaba como niño, juzgaba como niño. Más cuando yo fui hombre hecho, deje lo que es de niño. Y ahora permanece la esperanza, la fe, y la caridad. Estas tres. Mas la mayor de ellas es la caridad”.
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- Has accedido. Si vais a ser jesuita, tendréis que acatar mis órdenes… como si fueses tras un comandante. ¿Lo haréis?
- Si padre.
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Este afán de crear un Paraíso en la tierra… ¡Que fácilmente ofende! Ofende a V. Santidad… pues puede distraer del Paraíso del mas allá. Ofende a los reyes de España y Portugal… pues el Paraíso de los pobres no complace a sus gobernantes. Y ofenden por lo mismo a los colonos de estas tierras. De modo que esta carga traje yo a Sudamérica: satisfacer a Portugal, deseosa de acrecentar su imperio… satisfacer a España, temerosa de que eso le perjudicara… conseguir para V. Santidad… que estos monarcas no amenazaran mas el poder de la Iglesia… y asegurar para todos… que los jesuitas de aquí no pudieran negaros esas satisfacciones. Llegue a Sudamérica con la cabeza repleta de asuntos de Europa. Pero empecé a darme cuenta por primera vez… de cuan extraño era ese mundo que me habían enviado a juzgar. Yo sabia que en Europa los estados despojaban de autoridad a la Iglesia. Y sabia que para mantenerse allí… la Iglesia debía imponerse ante los jesuitas de aquí. Pero no cesaba de preguntarme si los indios no habían preferido… que el mar y el viento no nos hubieran traído ante ellos.
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- No entienden lo que quiere decir. Hablad mas claro. ¿Que es exactamente lo que queréis que hagan?
- Tienen que dejar la Misión…
- No quieren irse. La Misión es su hogar.
- Deben someterse a la voluntad de Dios… Dígaselo.
- Por voluntad de Dios dejaron la selva y construyeron la Misión. No entienden por que Dios ha cambiado de parecer.
- No pueden conocer los motivos de Dios.
- Dice ¿sabéis la voluntad de Dios? Cree que no habláis en nombre de Dios sino de Portugal.
- Yo no hablo en nombre de Dios, hablo en nombre de la Iglesia… el instrumento de Dios en la Tierra.
- Dice que habláis con el rey de Portugal.
- Hable con el y no quiere oírme.
- Dice que el también es rey y tampoco quiere oíros.
- Dice que se equivocaron al confiar en nosotros, que van a luchar.
- ¡Entonces tiene que convencerles de que no luchen!
- No he podido ni convenceros de que luchéis por ellos...
- Si luchan es absolutamente imperioso que ningún jesuita… parezca que les ha animado a hacerlo. Por tanto, volverán todos conmigo a Asunción mañana. ¡Si alguno desobedeciere, será excomulgado! ¡Apartado! ¡Expulsado!
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- ¿Por que han de luchar? ¿Porque no vuelven a la selva?
- Porque este es su lugar. ¿Sabias que seria esta vuestra decisión?
- Si.
- Entonces, ¿para que habéis venido?
- Para que V. Merced no se resista a la transferencia de las misiones. Si los jesuitas se resisten a los portugueses… la orden será expulsada de Portugal. Y después de Portugal, luego España, Francia, Italia, ¿Quien sabe? El único medio de que sobreviva la orden padre… es sacrificar a las misiones. ¿Que han dicho?
- Que el demonio vive en la selva. Quieren quedarse aquí.
- ¿Y que ha dicho V. Merced?
- Que me quedare con ellos.
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- ¿Tenéis el descaro de decirme que esta matanza fue necesaria?
- Hice lo que tenía que hacer. Dado el propósito legitimo que vos sancionasteis…
- Yo diría que si... A decir verdad… si.
- No teníais elección, Eminencia. Tenemos que trabajar en el mundo. Y el mismo mundo es así.
- No, señor Honta… nosotros lo hemos hecho así. Yo lo he hecho así.
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Así, pues, V. Santidad… vuestros sacerdotes han muerto y yo sigo vivo. En verdad, soy yo quien ha muerto y ellos son los que viven. Porque como ocurre siempre… el espíritu de los hombres muertos sobrevive… en la memoria de los vivos.
domingo, 27 de septiembre de 2009
THE MISSION Ennio Morricone
viernes, 25 de septiembre de 2009
FRANCISCO IGARTUA – “SIEMPRE UN EXTRAÑO - ¡Tú crees que con dos millones de dólares yo me iba a quedar aquí!
“Tienes que escribir un libro que sea historia de los últimos cincuenta años vividos por ti”.
“No fuiste objetivo con Alan García. A él no lo trataste tan finamente como a Prado. No le distes el beneficio de la duda. Lo atacaste desde el comienzo. Antes de su primer mensaje al país. Antes de asumir la presidencia el 28 de julio de mil novecientos ochenta y cinco”.
Lo que pasa –replica en sus divagaciones Francisco – es que detrás de lo escrito, de todo lo documentado, de lo que se llama historia, hay una superficie más íntima, un otro lado escondido, muchas veces más esclarecedor que el documento escrito, algo que se quedo sin escribir.
No fue arbitraria la oposición que mantuvo Francisco –desde el arranque– contra el presidente Alan García. No fue producto de su pésima opinión sobre el APRA, que venía de años atrás. Fue por un hecho muy objetivo, mejor dicho por una expresión sumamente reveladora, que Francisco tomó partido, desde el inicio, contra Alan García. Lo hizo como director de Oiga, el semanario que refundó al dejar Caretas. Ocurrió en un desayuno, en casa del poderoso empresario pesquero Isaac Galsky, a pedido –según cree Francisco- de Alan García, en esos momentos presidente electo, o sea poco antes de asumir el mando, de cruzarse la banda presidencial en el pecho y recibir el titulo de Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, cargo que daba la impresión de subyugarlo tanto como la presidencia. Fue un desayuno íntimo, al que asistió, además del esplendido y bondadoso anfitrión, el doctor Jorge Pastor, eficaz consejero legal de Galsky. Fue un desayuno con manjares tan especiales que sólo al acaudalado y solícito Isaac Galsky se le ocurre ofrecer. También fue largo ese desayuno. Se habló de todo y Francisco aprovechó la ocasión para insistir en dos puntos: en señalar que el problema número uno en el Perú era el terrorismo, principalmente el de Sendero y en la necesidad de licenciar a toda la policía para crear otra nueva, totalmente distinta, con asesoramiento extranjero y con una moral remozada. –Lo que no quiere decir que vayas a aprovechar la ocasión para hacerla aprista. Alan García era muy aficionado al tú—, por eso te insisto en que la nueva organización sea conducida por una misión extranjera, la que evaluaría al personal con limpia foja de servicios, los únicos que tendrían opción para reintegrarse a la nueva institución. La mayoría de la actual policía esta corrompida hasta el tuétano y no sirve para nada, ni siquiera para ser reformada. Y es la policía, con su servicio de inteligencia, la que debe combatir al terrorismo.
Alan García le dio la razón a Francisco, aunque le hizo un chiste sobre la apristización de la policía, por lo que Francisco interpreto que eso –aprovechar a la policía para su partido– era lo que pensaba hacer. Sobre el terrorismo García fue tajante y lanzó una frase tremenda: –Los voy a liquidar como sea. No voy a tener piedad. Francisco no se imagino las masacres en las cárceles que ocurrían no mucho después. Matanzas que alegraron las estrechas mentes de mucha gente de derecha, porque tontamente creyeron que con esos asesinatos quedarían aniquilados los comandos de Sendero. (Todavía no había caído el muro de Berlín y el marxismo estaba vivo en las universidades, canteras de nuevos cuadros senderistas).
No sólo se habló de política. Alan García es hombre ameno, de simpatía desbordante, conversador ágil, amigo de hacer bromas. Por ejemplo, de pronto se volteó y le dijo a Galsky: - Si te llaman, no contestes el teléfono. No quiero cadáveres en la mesa. Se refería a la tarea que cumple en la comunidad judía el audaz pesquero. Galsky estaba encargado de una misión nobilísima, aunque nada agradable: se ocupa de lavar a los muertos. Apenas muere un miembro de la comunidad judía, sea rico, pobre ó mendigo, Galsky sale como bombero al recibir el aviso. Abandona cualquier reunión, por importante que sea, y acude a la casa del fallecido para cumplir con el rito del lavado. Un gesto que muestra los afanes espirituales, el alma delicada, de un hombre que se apasiona haciendo negocios: -yo soy industrial por las circunstancias. Mi vocación es comprar y vender, es el comercio. Alega también no ser político. Su política, dice, es “ayudar a los gobiernos para que los peruanos podamos hacer buenos negocios”.
La conversación que era cordial y distendida, cambió de un momento a otro gracias a Alan. Bruscamente se enfrentó a Francisco: - Ustedes los periodistas están acostumbrados a calumniar y que no les pase nada. Ahora las cosas van a cambiar. Tú, por ejemplo, has dicho e insistido en Oiga que Corea del Norte me dio dos millones de dólares en una caja de zapatos. ¡Eso es una calumnia! Por lo pronto, allí no entran dos millones de dólares. ¿Sabes qué venia en esa caja? – ¿Sólo cien mil?– Alan García se puso más colérico: -Había una paloma de cerámica y se ve en las fotos que tomaron dentro de la embajada. (En esos momentos Corea del Norte no tenia embajada sino una delegación comercial, que se convirtió en embajada durante el gobierno aprista). –Bueno, seria paloma, pero los rumores hablaban de dólares y nosotros recogimos esos rumores… de fuentes muy confiables, que nos merece fe. Y aquí, alzando la voz, Alan García replico con una frase que dejo frío a Francisco y desconcertó a Galsky y a Pastor. – ¡Tú crees que con dos millones de dólares yo me iba a quedar aquí!
Era una confesión que lo desnudo. En aquellos momentos era presidente electo y se pronunciaba como el estudiante bohemio que había sido en Europa y nunca dejaría de serlo en sus entretelas íntimas. Francisco nada le contestó. Se quedó mudo unos minutos, anonadado por lo que acababa de escuchar. Fue Alan el que reanudó la charla en torno amable, sin tomar en cuenta ni sospechar lo que había dicho. Volvió la cordialidad en la misma forma exabrupta con la que inició sus violentas quejas por el rumor hecho público de la caja de zapatos, “con una paloma de cerámica dentro, no con dos millones de dólares”. Cuando acabo el desayuno y se despidió Alan, amigable y palomilla como le gustaba ser, Francisco le comentó a Galsky:
-¿Cómo se puede apoyar a un irresponsable, que ha dicho lo que ha dicho? ¡Que con dos millones de dólares no se queda en el Perú! Y ya Alan es nada menos que el presidente de este país. Galsky le rogó a Francisco que no fuera a escribir sobre el tema. El hecho había ocurrido en su casa y él había invitado al amigo a una reunión informal, no al periodista. Naturalmente que Francisco no reveló la frase de Alan García, pero su opinión sobre el flamante presidente ya la tenía formada. Con esas pocas palabras Alan García se había desnudado moralmente ante él.
Por ello el primer editorial sobre prado, aunque escéptico, no tenía la dureza con la que Francisco trató al presidente García desde el mismo 28 de julio de mil novecientos ochenta y cinco. Sin dejar de añadir excesivos elogios a su elocuencia indiscutible.
Había diferencia entre los dos presidentes, aunque en algo se parecían. En la frivolidades. También se parecían en la afición de los disfraces militares, pero en dirección inversa. Alan García, que venía de abajo, prefería el titulo y las insignias del jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, mientras que don Manuel Prado, que venía de arriba y le encantaban las condecoraciones en el frac, prefería el uniforme de teniente del ejército, sin una sola medalla. Teniente era el grado que se entregaba a los universitarios al acabar sus estudios. Y es seguro que a Prado le debió fascinar el apodo que la chispa limeña le coloco: el de “Teniente Seductor”.
Francisco Igartua Rovira – “Siempre Un Extraño” – Editorial Santillana S.A. – págs. 276 a 279.
jueves, 24 de septiembre de 2009
CONVENTO DE SAN FRANCISCO - LIMA - PERU
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Esta diferenciación, que afirma la identidad vasca, da vida en 1612 a la primera Euskaletxea americana. El hecho ocurre en el convento de San Francisco, en Lima, Perú, y muy pronto es calcado en ciudad de México. A fines del siglo, esa reafirmación de identidad de los vascos afincados en América se había extendido por todo el continente; siempre como cofradías "de Nuestra Señora de Aranzazu".
Para demostrar la intención nacionalista de esas primeras Euskaletxeak, basta con leer uno de los muchos documentos de aquellas épocas, casi todos idénticos. En él, lo mismo que en los de México y Santiago, se dice: "Por cuanto en la Congregación y Hermandad que tienen fundada los caballeros hijos-dalgo que residen en esta ciudad de los Reyes de Perú (Lima), naturales del Señorío de Vizcaya y Provincia de Quipuzcoa y descendientes de ellos , y naturales de la Provincia de Alava, Reino de Navarra y de las cuatro villas de la costa de la Montaña (como se ve, queda claramente demarcado el territorio)... se requiere actualizar las ordenanzas de 1612, que fue cuando se dio principio a la Ilustre Hermandad Vasconzada de Nuestra Señora de Aranzazu, para unirse y confederarse todas las personas de los lugares arriba citados... a fin de ejercitar entre sí y con los de su nación obras de misericordia y caridad... y están a continuación los nombres y apellidos de todos los hermanos con el paraje de donde son (65 de guipuzcoa, 49 del Señorío, 9 de navarra, 7 de Alava y 5 de las Cuatro Villas)." FRANCISCO IGARTUA - America y las euskaletxeak
miércoles, 23 de septiembre de 2009
FRANCISCO IGARTUA - América y la identidad vasca - Euskadi Net
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FRANCISCO IGARTUA - Euskadi Net
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“Identidad, Afirmación de lo propio y no agresión a la otredad”
AMÉRICA Y LA IDENTIDAD VASCA
Paco Igartua jaunak Ameriketan euskaidunek izan duten historiaren zertzelada batzuk eskaintzen ditu bere idazkera azkar eta atseginez. Bere ikuspegi kritikoan ez dago gofatzarrerik, ez gaitzespenik; XVII. gizalditik hona, belaunaidiz benauldi, Perun eta baita Ameriketako beste lurralde batzutan ereeuskaldunek bere nortasuna zaintzeko egin dituzten ahaleginen berri ematen du bere idazianean.
lunes, 21 de septiembre de 2009
FRANCISCO IGARTUA - "SIEMPRE UN EXTRAÑO" - Así nació el primer periódico personal de Francisco: Oiga.
Una de esas noches de desvelos cívicos, Francisco tomó la firme decisión de llevar adelante una idea que le venía rondando desde un par de días antes. Desde el mismo momento en que, junto a Ella, vio a Odría pasar por la Plaza San Martín rumbo a Palacio: tenía que fundar un periódico que dijera las verdades que la gran prensa, con toda seguridad, callaría, sea por complicidad con el golpista o por autocensura generada por el temor al poder. Al despertarse siguió dándole vueltas a la idea y a la manera de cómo presentar su propuesta para hallar apoyo financiero a sus planes. Y bien bañado y con desayuno completo se dirigió al Café.
Aquella mañana del uno o dos de noviembre de mil novecientos cuarenta y ocho, cerca del mediodía, exponía Francisco en los portales su propósito de publicar un semanario, un panfleto, que gritara las protestas de su generación por el cuartelazo contra Bustamante y su rechazo a la dictadura que acababa de entronizarse en el país. Pero Francisco no tenía un centavo. En la mesa estaban Sérvulo y Doris Gibson —inmersos en un romance borrascoso—, Guillermo Ugaz, Juan Ríos, Carmen Sosa y alguien más. Francisco explicó sus proyectos y su falta de fondos. Doris Gibson se prestó de inmediato a conseguirlos. Y, poniéndose de pie, se dirigió al otro lado de la plaza, a los portales del frente, al Chez Víctor, donde esperaba encontrar a Armando Revoredo, el último Primer Ministro de Bustamante, que acababa de estar en prisión. Revoredo había sido médico, profesión que nunca ejerció, pues antes de curar a nadie se inscribió en la Aviación e, inmediatamente, de médico 'asimilado' pasó a piloto. Cuando llegó a ministro ya lucía las insignias de general de Aviación y sus hazañas —vuelo solitario, sobre los Andes, de Lima a Buenos Aires y, después, de Lima a Bogotá— habían llenado de orgullo a los peruanos sin que él se envaneciera. También, después de haber abierto las dos rutas arriba mencionadas, había dado la vuelta a Sudamérica al comando de una escuadrilla de cazas.
Al poco rato regresó Doris a la mesa del Café. Traía dos mil soles para Oiga, el proyecto de Francisco. Los mil que faltaban, también por intermedio de Doris Gibson, Francisco los obtuvo, con alguna solemnidad y firma de un documento simbólico, de Pechitos Bustamante.
Así nació el primer periódico personal de Francisco: Oiga.
FRANCISCO IGARTUA ROVIRA - “SIEMPRE UN EXTRAÑO”, presentación por Alfredo Bryce Echenique
Periodista polémico y luchador, su oposición a la estatización de la prensa, en 1974, le valió el destierro a México, experiencia de la que surgen estas páginas. En ellas, Igartua intenta comprender los vaivenes de nuestra sociedad y las debilidades y fortalezas, predilecciones y fobias que prueban a los hombres que ejercen el poder político.
A través de la memoria, nos hace ingresar a una época de incertidumbres, de negaciones tajantes y afirmaciones desmesuradas y nos muestra la figura de un hombre que elige el destino de zambullirse en esa realidad por convicción, aunque esto lo lleve al destierro y la soledad.
Estamos ante un extraordinario acontecimiento literario, periodístico, político y, sobretodo, humano: las inesperadas memorias de uno de los mayores periodistas peruanos contemporáneos, Francisco Igartua. Más que un relato autobiográfico en sentido estricto, Siempre un extraño supone una muy peculiar remodelación de la experiencia personal, un regreso a las fuentes de la memoria para repensar, recrear la vida. No se trata, por consiguiente, de un registro lineal y sistemático de hechos vividos –a nivel personal, histórico, cultural, político–, sino de una introspección selectiva articulada al mismo ritmo fluctuante que la evocación, en torno a personas, personajes, paisajes y situaciones, de un periodo crucial de la vida peruana. Desde la intimidad familiar a los sucesivos descalabros de nuestro acontecer nacional, desde las peripecias estudiantiles a la iniciación en el periodismo, este libro es también un sesgado espejo en el que muchos podrán mirarse, un correlato explicativo de esa experiencia en común vivida por quienes fueron espectadores comprometidos con su país y con su tiempo y, en consecuencia, padecieron las mismas emociones morales y educativas.
La pericia narrativa de Francisco Igartua, la elegante y genuina singularidad de su estilo, hacen aún más apasionante la exploración de ese territorio histórico, nacional e internacional, donde el texto se fusiona por momentos con una historia pública y privada en la que predomina siempre un feroz sentimiento de orfandad, de doble marginalidad, de angustia existencial, de una fiera emotividad que busca un orden que traiga consigo la paz interior, y donde el autor se convierte en el protagonista de esta magistral “novela de la memoria”
Alfredo Bryce Echenique
sábado, 12 de septiembre de 2009
FRANCISCO IGARTUA ROVIRA 1923-2004
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“Tú mismo te has acercado a la solución en una de esas cartas con que me asaltas a preguntas. En ella me decías: ¿no crees que se podría intentar alguna nueva cruzada? Pues bien, sí; creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de Don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado. Creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro del Caballero de la Locura del poder de los hidalgos de la Razón. Defenderán, es natural, su usurpación y tratarán de probar con muchas y muy estudiadas razones que la guardia y custodia del sepulcro les corresponde. Lo guardan para que el Caballero no resucite”. MIGUEL DE UNAMUNO – Vida de Don Quijote y Sancho
miércoles, 9 de septiembre de 2009
MIGUEL DE UNAMUNO El Ultimo Testimonio
Mas de una vez he escrito sobre Don Miguel de Unamuno y muchísimas veces lo he citado aquí en Oiga. No puede, pues, aparecer esta edición de despedida sin una nota mía sobre el maestro, el máximo orientador de mi conducta y cuya obra es la más obsesiva de mis lecturas. Y, aunque podría decir que la presencia espiritual de Unamuno está en el editorial de este postrer número de Oiga, no quiero dejar de rendirle tributo directo republicando algo de lo que alguna vez escribí sobre el insigne rector de Salamanca y faro permanente en las tormentas por las que ha pasado esta revista.
Será una nota que publiqué con ocasión del medio siglo de su muerte y que reproduje más tarde con estos comentarios tan válidos ayer como hoy:
"Y, ahora, en que pareciera que vamos quedando en minoría de minorías, los que no creemos en el embeleco democrático que nos toca cruzar, creo oportuno reproducir el siguiente artículo sobre don Miguel de Unamuno, escrito en un comienzo, igual que hoy, con el propósito de alzar el ánimo, de darnos coraje: ayer ante la rendición de la mayoría -de casi todos los peruanos-a la retórica bullanguera de Alan García y hoy a la demagogia chicha, a la despótica arbitrariedad de Fujimori".
Este fue el artículo, escrito por primera vez pensando en el desolador panorama que, estaba seguro, dejaría como herencia Alan García:
Pronto, muy pronto, en las últimas horas del año, se recordará que el 31 de diciembre de 1936 -hace medio siglo- murió en Salamanca, donde se hallaba recluido bajo arresto domiciliaria, don Miguel de Unamuno, un hombre del que se ha hablado y se habla mucho, pero al que hoy se lee poco. No se le lee bastante porque molesta, porque irrita, porque suscita contradicciones. Aunque eso, crear inquietud en las almas, era su principal propósito al escribir. Y nunca han sido ni serán legión los que se dediquen a leer para desgarrarse interiormente.
No se le lee lo suficiente porque su lectura es impertinente, molesta, y de él dicen quienes lo han leído de pasada que es una figura demasiado recia, difusora de demasiadas verdades. ¡Cómo si la búsqueda de la verdad –Unamuno nunca se sintió dueño de ella– y la reciedumbre moral pudiera excederse, pecar de demasía y causar espanto!Lo lamentable sería que lo que podría ser una baja en la lectura de Unamuno y una alza en el hablar de él termine por difuminar la sólida imagen de quien dijo: «¿Tropezáis con uno que miente? Gritadle a la cara: ¡Mentira! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que roba? Gritadle: ¡Ladrón! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que dice tonterías a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta? Gritadles: ¡Estúpidos! y ¡adelante! ¡Adelante siempre¡».
Lamentable sería que por falta de conocimiento de su obra quede desdibujada la figura del preclaro rector de Salamanca, de ese vasco medular -lo soy puro por los dieciséis costados- con paradojal devoción a España.
Con la muerte de Unamuno, ocurrida hace cincuenta años, se apagó una de las inteligencias más alertas, más lúcidas de nuestro tiempo y con mayor carga de actualidad. La de un hombre cuya vida y obra resultan la negación de cualquier sistematización o encasillamiento, pero que, una y otra, perdurarán como una meditación y un vivir trascendentes, que nos llevan a vislumbrar una singular metafísica existencial. Representativo de la contradicción como elemento vital del pensamiento, le agradaba Spinoza «porque se contradice» -don Miguel de Unamuno murió con sus últimos meses envueltos en graves contradicciones-. Contradicciones de orden cívico que desconciertan -Unamuno jamás dejó de desconcertar-, pero que no desmienten sino aclaran su terco y persistente antimilitarismo y su inabdicada fe política. Una fe amplia, sin membretes, como su espíritu; expresada en confesiones públicas e íntimas como la que le hace en carta de 1895 a su paisano Pedro de Mujica, residente en Berlín: «Soy socialista convencido, pero amigo, los que aquí figuran como tales son intratables; fanáticos necios de Marx, ignorantes, ordenancistas, intolerantes, llenos de prejuicios de origen burgues, ciegos a las virtudes y a los servicios de la clase media desconocedores del proceso evolutivo, en fin, que de todo tienen menos de sentido social. A mí empiezan a llamarme místico, idealista y qué sé yo cuántas cosas más. Me incomodé cuando les oí la enorme barbaridad de que para ser socialista hay que abrazar el materialismo. Tienen el alma seca, muy seca, es el suyo socialismo de exclusión, de envidia y de guerra y no de inclusión, de amor y de paz».¿Pueden tener esas ideas mayor actualidad? Y pensemos que fueron expresadas en 1895.
No podía ser de otro modo la fe política de don Miguel de Unamuno. Heterodoxo por temperamento y convicción intelectual, no tuvo desmayo en su aborrecimiento a todo sectarismo. Amante del diálogo, del enfrenta miento de opiniones, del intercambio de pareceres contrapuestos, se cuidó así de explicar sus llamados monólogos: «Acaso podría llamarlos monodiálogos; pero será mejor autodiálogos, o sea diálogos conmigo mismo... Los dogmáticos son los que monologan y lo hacen hasta cuando parecen dialogar, como los catecismos, con preguntas y respuestas».
La quietud espiritual, el aletargamiento de la mente, las ideas con digestión hecha es lo que repugna a Unamuno. De allí su violento rechazo a cualquier capilla, credo, dogma o partido que signifique obediencia ciega, disciplina vertical, ausencia de diálogo, de discrepancia, de oportunidad a la contradicción.
Y, por ello, sus últimos años son los más angustiosos y torturados de su vida cívica.
Aunque a don Miguel de Unamuno ya no le interesaba en esas fechas la episódica española -se había declarado «cartujo laico, ermitaño civil y agnóstico, acaso desesperado de esta vieja España»- y su inquietud estaba centrada en descubrir la compleja y mutable entidad que es el hombre, no pudo dejar de angustiarse viendo a los españoles preparándose con frenético fervor e inconciencia a matar y morir. Se colocó por encima de las banderías y empleó su mágico dominio de la lengua para reclamar, en vano, que se aquieten las pistolas y se avive la razón y el diálogo, porque «cuando calle la palabra no quedará ya nada».
En julio de 1936 se inició con intensidad dramática la orgía de muerte que los escritos del maestro intentaron detener. Y Unamuno, con descontrolada impaciencia, aceptó la rebelión militar. Creyó que era el camino para recuperar la paz y salvar las vidas de los que se disponían a morir. Pero muy pronto descubrió que la muerte se había enseñoreado de España y que a él lo rodeaba el salvajismo uniformado.
El error lo abruma y comprende que está en juego, en él -en «el hombre que tengo más a la mano»-, esa problemática entidad que tanto lo inquieta y preocupa: el ser humano. Y, abrumado, se presenta, dos meses después del pronunciamiento de Franco, a una ceremonia en su Universidad de Salamanca, a la que asisten las máximas figuras del franquismo. Y es allí donde de pronto se alza, irguiéndose en el estrado con su figura venerable, y proclama que «hay momentos en que callar equivale a mentir».El gesto es de enfrentamiento, cara a cara, al general Millón Astray, el mutilado de los Tercios africanos, endiosado por su tropa, el más bárbaro de los seguidores de Franco, a quien acompañan varios cientos de legionarios que gritan «Viva la muerte» y quien, con el afán centralizador de la vieja España, acaba de pronunciar un discurso lleno de improperios e injurias contra Cataluña y el País Vasco.Es entonces cuando lentamente Unamuno se levanta frente al desaforado soldadote, delante de la señora de Franco, de Pemán y otros académicos, del obispo y de diversas autoridades, para decir serenamente, sin miedo:
«No puedo aguantar más. No quiero aguantar más. «Todos vosotros estáis pendientes de mis palabras. Todos vosotros conocéis y sabéis que soy incapaz de guardar silencio. Hay, ocasiones en que permanecer callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como asentimiento».
Millán Astray vocifera, apoyado por su coro armado, contra los intelectuales, pero el maestro continúa:
«Voy a comentar el discurso -de alguna manera hay que denominarlo- del general Millán Astray, que se encuentra entre nosotros. Pasemos por alto la afrenta personal que implica la repentina explosión de insultos a vascos y catalanes. Yo soy vasco. Nací en Bilbao. El obispo aquí presente (leve inclinación hacia monseñor Pla y Daniel), quiéralo o no, es un catalán, de Barcelona...»
La soldadesca aúlla «Viva la muerte»...
«Acabo de oír el necrófilo grito «Viva la muerte». Y yo que me he pasado la vida creando paradojas que han despertado iras incomprensibles, os debo decir, en calidad de autoridad experta, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un hombre desarbolado. Lo digo sin pizca de malicia. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Desgraciadamente en estos momentos hay demasiados en España. Y pronto habrá más, si Dios no viene en nuestra ayuda. Me apena pensar que el general Millán Astray pudiera dictar el modelo sicológico de las masas. Un mutilado que carece de la grandeza espiritual de Cervantes es capaz de buscar un siniestro alivio ocasionando mutilaciones en su alrededor».
El vocerío es tremendo y Millán Astray, malparado, rabia a gritos. Unamuno mirándolo le dice:
«Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España...»
Sus últimas palabras no se escuchan por el ruido de la soldadesca y el asombrado silencio de académicos, eclesiásticos, dignatarios y otros invitados.
El final ya se conoce. No fue atropellado allí mismo porque, según parece, intervino directamente a su favor la señora de Franco. El maestro, ignorante del gesto de la dama, salió altivo, con su blanco pelambre invicto y su mirar insolente. Quedó confinado en su domicilio. Y a las pocas semanas murió, con el corazón destrozado, interrogándose sobre el destino del hombre, autodialogando.
Unamuno no será olvidado. Se le recordará como uno de los grandes heterodoxos de nuestro tiempo, como uno de los hombres que, en este siglo, se negó con vigor resonante a ser rebaño y nos enseñó con lucidez a no serlo. Quedará memoria de él por sus vitales contradicciones, su desesperación por trascender, su sed de inmortalidad y su fé en la libertad del hombre.
MIGUEL DE UNAMUNO Y SU CAMINO por Francisco Igartua
FRANCISCO IGARTUA - "Unamuno y su camino" - Revista Oiga 15/12/1986
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